martes, 15 de septiembre de 2009

Vacío (fragmento)





In memoriam Y. T.


LUEGO DE RECORRER EXHAUSTIVAMENTE EL PEQUEÑO POBLADO durante horas, Jeb había buscado el escaso reparo que le ofrecía el frente de una de las precarias viviendas y se había sentado. El sol, que caía a pique igual que cuando llegara, parecía haber detenido todo en un mediodía eterno y le otorgaba a las construcciones una tonalidad que las diferenciaba mucho del desierto que parecía penetrar en las calles. La arena dominaba todo con una presencia inmóvil y persistente confundiéndose con el marrón uniforme de las casas achaparradas. La inmovilidad era tan absoluta que resultaba difícil pensar que existiera algún tipo de vida. Jeb había explorado el lugar con una intensidad que había ido del reparo de no ser descubierto pasando por el frenesí de encontrar a cualquiera con quien hablar hasta llegar a ese cansancio en el que al esfuerzo de la búsqueda se le sumaban las horas transcurridas en el desierto y las anteriores, intensas de la huida.
Desde la precaria sombra que le ofrecía el tinglado de palos, Jeb escrutaba la calle mientras se secaba la frente con la palma de la mano. Llevó luego los dedos húmedos a los labios resquebrajado tratando de devolverles algo de elasticidad. Todavía le quedaba un poco de agua, pero por alguna razón se negaba a volver a aprovisionarse en alguno de los pozos del lugar. El sol era una presencia más y más abrumadora. Jeb se preguntó si esto se debía a las jornadas transcurridas en el desierto o si era algún tipo de insania que comenzaba a apoderarse de él. La completa inmovilidad del lugar empezaba a perturbarlo. No había hombre ni animales, ni siquiera insectos que alteraran esa imagen detenida.
Y además estaban las formas. Aparecían sorpresivamente en los lugares menos esperados. Arrojaban sobre el suelo sombras estrechas que de pronto se abultaban en cualquier lugar, aun en esa luz cenital que parecía no desprenderse nunca del poblado. Desde el desierto, Jeb había confundido algunas con seres inquietantemente tiesos en posiciones imposibles, pero de cerca se volvía ridícula la idea de poder identificar aquellas siluetas de un reluciente blanco óseo con algo remotamente humano. Sin embargo, la inquietante sensación era que habitaban el lugar y, por lo que había visto hasta ahora, eran los únicos pobladores de esas calles desoladas. Jeb tendría que estar más tranquilo por esto, nadie lo delataría si alguien llegaba a buscarlo, pero no era así.

Voces amigas le habían anunciado en la noche que había sido juzgado y condenado, que los sacerdotes mandarían por él, y había huido en la sombras. No sabía si iba a poder sobrevivir en el desierto, pero prefería eso a entregar su sangre. No estaba seguro de cuánto tiempo había estado vagando, ocultándose de quienes pudieran delatarlo, cediendo otras veces, en la desesperación que da el hambre, a confiar en la bondad de algunos hombres, sabiendo que en nada más podía confiar. Entonces había llegado a este pueblo.

Tiempo después —quince minutos, una hora, tres horas, no tenía cómo saberlo—, Jeb abandonó la pequeña porción de sombra y comenzó a caminar por el medio de la calle. Ya no le importaba ocultarse, sólo quería ver a alguien y que lo vieran. Las ventanas eran abismos de un negro absoluto que se recortan contra la cruda luz que reflejaban las paredes; nadie por ellas se asomaba. ¿Podía ser que todos hubieran desaparecido? ¿Qué o quién había hecho que la vida abandonara ese lugar?

El sol era una presencia abrumadora pero resultaba imposible descubrir dónde se encontraba en ese momento. La luz invadía todo por igual hasta casi despojar de color al ámbito. Jeb comenzaba a no estar del todo seguro de hallarse perfectamente lúcido; su captación del tiempo se distorsionaba y empezaba, además, a percibir una condición blanda, como líquida en los objetos. La impresión que tenía era de crueldad, pero no entendía por qué. ¿Podía ser cruel un paisaje? A su mente volvían palabras pronunciadas algún tiempo antes, cuando aún estaba entre los hombres, ¿Cuánto tiempo hacía?
—La naturaleza es cruel; luego, Di-s es hostil. Pero si es hostil, ¿para qué nos creó?, ¿para convertirnos en objeto de su crueldad? —había dicho.
Y los varones de su conocimiento le habían replicado:
—No blasfemes, Jeb.
Y también:
—El Muy Alto tiene motivos que nuestros motivos no entienden.
Y él había mirado a sus amigos y parientes allí reunidos y sumido en profunda angustia había dicho:
—Ciertamente no puedo admitir a un Creador que no trate con amor a sus creaturas. Si el dolor existe entre nosotros sólo a dos motivos atribuirlo puedo: o después de darnos vida Di-s nos abandonó, lo cual seguiría hablando de un Padre cruel; o es que Él, de Quien todo mana y Quien todo lo hizo, al crear la vida entregó Su vida.
Un rumor había corrido entonces entre los hombres de su confianza y hasta voces levantáronse tratándolo de hereje. Y hasta él se asombró de las palabras que de su boca habían salido, pero no impidió esto que terminara lo había comenzado y proclamó:
—Y prefiero la pena de Su inexistencia a la de Su crueldad.
Y aconteció que esa misma noche algunos que lo amaban vinieron a decirle que había sido denunciado y juzgado.
Y entonces él se había sumido en el desierto.
(el final, en Ejercicios para la mano izquierda)

2 comentarios:

  1. "-Y prefiero la pena de Su inexistencia a la de Su crueldad"...Saco el sombrero que intenta guarecer mi cabeza de tanta realidad para saludar y admirar tu calva de felinas letras. Cris.

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