martes, 28 de febrero de 2012

Soundtrack vuelve a Costa Rica






A los amigos de Costa Rica: queremos avisarles que en la librería Duluoz hay algunos ejemplares del libro Soundtrack, del querido Felipe Granados. También hay, aunque menos, Ejercicios para la mano izquierda y Tríptico, de f.g.mazzeo, y Descenso directo, de César Marchetti. Estamos muy contentos de que nuestros antilibros anden por allí y especialmente felices porque el libro de Feli regrese a las librerías de San José.

miércoles, 11 de enero de 2012

martes, 10 de enero de 2012

¡Viva la lucha de Famatina!

Si no querés que el gobierno de la Rioja y la compañía minera Osisko hagan que Famatina se convierta en una mezcla de cianuro y dinamita, enterate y firmá acá.

domingo, 4 de diciembre de 2011

Cuartetazos en el Fondo Nacional de las Artes

El director del Fondo Nacional de las Artes, Héctor Valle, censuró primero y "explicó" luego las obras del artista Marcelo de la Fuente. La increíble historia la cuenta Patricia Kolesnicov acá . Recordamos, entretanto, la tapa del Antilibro Cuatro cuartetazos, de Pablo Marchetti, que seguramente no será del agrado del señor Valle.

lunes, 28 de noviembre de 2011

La Nueva Anticlase

La Anticlase
Algunas ideas sobre la crónica periodística
Seminario/taller de Daniel Riera
En La Línea Peluda. San Telmo. Buenos Aires
Abril/Mayo de 2012
Cupos limitados
Informes e inscripción:

viernes, 12 de agosto de 2011

El empampado Riquelme, por Alvaro Bisama


Tal vez el mejor aporte que Francisco Mouat ha hecho a la literatura nacional es escribir desde el extraño abismo que confunde al periodismo con la literatura. Experto en los relatos mínimos que se topan con la gran Historia, la obra de Mouat ha sabido construir una épica silenciosa: la de un puñado de ciudadanos cuyas biografías han terminando confluyendo en algo mayor, en símbolos de una identidad nacional tan escurridiza como esencial. De ahí que el proyecto de Mouat sea tan necesario como inquietante. En el borde exacto del cambio de milenio, sus libros lucen como una de las brújulas más lúcidas jamás escritas respecto al alma nacional. Por supuesto, ese gesto no sucede en el aire. Mouat ha leído lo suficiente a Joaquín Edwards Bello y a Tito Mundt pero también a Carlos León Pezoa. En su trabajo la estridencia del periodismo y la crónica de alto impacto se acompaña de una especie de calma opaca a la hora de retratar cualquier mito; del Teniente Bello al Charles Bronson Chileno pasando por una hagiografía interminable de héroes futbolísticos secretos. Entre ellos brilla con luz propia El empampado Riquelme, la historia de Julio Riquelme, aquel hombre que salió de su casa en Chillán, tomó un tren al norte y jamás llegó a ninguna parte. Julio Riquelme, padre, esposo, abuelo y fantasma. Julio Riquelme, cuyos restos fueron encontrados en medio del desierto y cuyo funeral es el punto de partida para que Mouat construya una de las mejores novelas de no-ficción jamás escritas en el país, un relato sobre el luto, la familia y el paisaje. Pero en el libro, Mouat no se conforma con contar la historia de cómo los restos de un hombre vuelven, por fin, a casa. El empampado Riquelme se detiene en los meandros y las posibilidades de la desaparición, intenta encontrar las señales de una vida perdida por el azar. El libro comienza como un reportaje y termina como un policial, como una confesión, como una investigación en las tonalidades del dolor y los lenguajes de la ausencia. Mouat escribe todo lo anterior con una nitidez que llega a ser conmovedora. En algún momento, el libro deja de ser un reportaje y pasa a ser una confesión, una autobiografía, una novela. Julio Riquelme nunca llega a casa pero su búsqueda se convierte en una causa para el autor y el lector, un modo de procesar otras pérdidas. Eso, porque hay algo trágico en El empampado Riquelme: el libro recuerda a Antígona, aquella princesa griega que no puede sepultar a su padre. Esa imposibilidad es la que hace terrible y cercano el trabajo de Mouat. Julio Riquelme es, tal vez, el reverso de Martín Rivas, aquel héroe nacional que supo escapar de la provincia y convertir su ascenso social en leyenda. Riquelme no es nada, podría ser –en el recuerdo de su silencio y su violencia- uno de los personajes de González Vera: un hombre atribulado que se baja de un tren por razones desconocidas. Riquelme es el chileno que se perdió, el chileno que nunca llegó a nada. Es alguien hecho de pura ausencia al modo de un fantasma impronunciable, de un trauma que no puede ser verbalizado. Y Mouat escribe sobre todo lo anterior con pasión y ternura. Escribe una novela sobre un desaparecido en un país lleno de desaparecidos. Que Riquelme se haya perdido antes, da lo mismo. El libro no sólo habla de él. Habla de las señales mínimas de los cuerpos, de las familias trizadas, del paisaje del desierto como metáfora de la muerte y de la palabra cómo único remedio. Pero también habla de Mouat. De cómo, en el borde exacto del cambio de siglo, el periodismo se convierte en un modo de la literatura, de cómo un cronista cambia mientras relata, de cómo una historia concluye y a la vez queda inconclusa. De cómo Chile, a pesar de los años, sigue siendo lo mismo: una casa a la que le falta el padre, un lugar lleno de relatos como murmullos en voz baja, una tierra baldía que se parece al futuro o a la nada.

El empampado Riquelme hoy




domingo, 24 de julio de 2011

Vargas Llosa para pelotudos



Leo El sueño del celta, la más reciente novela de Mario Vargas Llosa, y no lo puedo creer. No recuerdo cuál fue la última vez que leí una bosta semejante: la abandono en la página 153, cuando llega a la autoparodia involuntaria. Si se tratara de un experimento literario fallido, supongo que podría recordarla con cierto afecto, pero El sueño del celta es exactamente lo contrario: la negación, casi militante, de cualquier tipo de experimento. No queda claro si Vargas Llosa se convirtió en un imbécil, si piensa que los lectores son imbéciles o si es una mezcla de las dos cosas. El sueño del celta está basada en un personaje real: Roger Casement, funcionario del foreign office que denunciara las atrocidades cometidas durante la colonización del congo belga, y también las de un compañía inglesa dedicada a la explotación del caucho en el Perú. Conmovido por tales atrocidades, Casement renunció al foreign office y se dedicó a luchar por la independencia de Irlanda. La historia de Casement es interesante y tal vez de lugar en el futuro a una buena película. La novela, en cambio, es una especie de superproducción berreta, una enumeración constante de datos, fechas, lugares, costumbres, objetos. Y todos los detalles están marcados con una especie de resaltador literario, no sea cosa que el lector se pierda.
Leo en la página 147:
“…La Prefectura de Iquitos estaba en la Plaza de Armas, un gran canchón de tierra sin árboles ni flores, donde, le indicó el cónsul señalándole una curiosa estructura de hierro que parecía un mecano a medio hacer, se estaba armando una casa de Eiffel (“Sí, el mismo Eiffel de la Torre de París”)”. […]
Por si no nos dimos cuenta de quién era el Eiffel encargado de la “estructura de hierro que parecía un mecano a medio hacer”, Vargas Llosa se ocupa de aclarar que se trata de “El mismo Eiffel de la Torre de París” .
Vargas Llosa elige contar todo, y cuando digo todo, es todo: quiénes son y qué piensan y qué sienten sus personajes, cómo es la historia de los países donde viven, cuáles son los principales líderes políticos y cuál es la distancia entre una ciudad y la otra, como así también cómo es la arquitectura de las casas, cuál es la temperatura, cuáles son las enfermedades y cómo se curan. No hay ninguna idea de economía del relato. No hay, en El sueño del celta, ningún espacio para la subjetividad del lector. No hay ningún uso de la palabra que no sea estrictamente utilitario: la prosa es la de un escribano público contratado para escribir una enciclopedia.
Leo en la página 82:
“Era verdad, las epidemias hacían estragos”. (Y, sí, Mario, es lo que tienen las epidemias… ¡No hace falta ser Premio Nobel para saberlo!). Prosigo: “La enfermedad del sueño, sobre todo, resultante, como se había descubierto hace pocos años, de la mosca tse-tse, atacaba la sangre y el cerebro, producía en sus víctimas una parálisis de los miembros y una letargia de las que nunca saldrían” (¡Gracias Mario por este momento Wikipedia, y gracias, también, por devolvernos la palabra “letargia”!)
Leo en la página 137:
“La desmoralización lo anegaba de pies a cabeza. Lo convertía en un ser tan desvalido como esos congoleses atacados por la mosca tse-tse a los que la enfermedad del sueño impedía mover los brazos, los pies, los labios y hasta tener los ojos abiertos” (Claro, está bien,Mario, ya pasaron 55 páginas, capaz que nos habíamos olvidado de la enfermedad del sueño. Aparte, en la página 82 habías hablado de la ‘parálisis de los miembros’, pero no habías aclarado a cuáles miembros te referías…)
Voy a la página 92:
“¿Sería así el infierno que Dante describió en su Divina Comedia? No había leído ese libro y en esos días se juró leerlo apenas pudiera echar mano a un ejemplar.” (Claro, está bien lo que hacés, Mario, por algo sos el Premio Nobel: el lugar parecía efectivamente el infierno del Dante , pero no te consta que Casement haya leído la Divina Comedia. Por lo tanto, lo aclarás, no sea cosa que el lector piense que estás mandando fruta, no sea cosa que termines usando tu imaginación en una novela. ¡Sos un capo, Mario!)
Regreso a la página 153, al momento preciso en que dije basta:
Dos veces lo balearon en la calle, como advertencia. Las dos veces se salvó de milagro. Una de ellas lo dejó cojo, con una bala incrustada en la pantorrilla. (Está bien: si la bala se la hubieran pegado en el brazo, no habría quedado cojo. ¡Sos el campeón de la literatura universal!)
Quiero seguir escribiendo sobre esta novela tan increíblemente torpe y obvia, pero no puedo porque me estoy durmiendo: debe ser la enfermedad del sueño, que, por si no les conté, la transmite la mosca tse-tse, y paraliza los brazos, los pies, los labios, esteee… si, ahí abajo también.

Daniel Riera

domingo, 26 de junio de 2011

Daniel Riera: Puente entre generaciones

Daniel Riera: Puente entre generaciones: "Impresionante nota de Horacio Verbitsky en Página/12 , donde resume su testimonio del jueves pasado en la presentación de La Patria Fusilada..."

lunes, 9 de mayo de 2011

Las cinco tapas de Soundtrack











Fotos de tapa, de arriba hacia abajo: 1, Ronald Reyes; 2 y 5, Daniel Riera; 3 y 4, Adrián Arias.

lunes, 18 de abril de 2011

domingo, 17 de abril de 2011

f.g.mazzeo lee su novela Tríptico

13 de abril. Presentación de los nuevos antilibros en Mu, Punto de Encuentro. f.g.mazzeo lee un fragmento de Tríptico (una novela moderna).
Foto Gentileza Rodrigo Lara Serrano.

sábado, 16 de abril de 2011

Maniobras orquestales en la oscuridad

Prólogo de Soundtrack por el gran Luis Chaves. Acá.

Una minúscula editorial artesanal

–¿Qué puede contar de Antilibros? ¿Y qué del flamante Cuatro Cuartetazos? –Antilibros es una minúscula editorial artesanal que fundamos con tres amigos y colegas de Barcelona (Daniel Riera, Mariano Lucano y F.G. Mazzeo) para editar nuestros libros y algunas cosas de amigos y gente que nos gusta. Nos encantaría editar muchas más cosas, pero se nos hace muy arduo, por tiempo y plata. Los libros están sellados por cada autor, para que los autores nos involucremos en el laburo de obrero que tiene un libro. En cuanto a mi libro, Cuatro cuartetazos, son cuatro poemas muy extensos, que desde el título propone algo así como una relectura bastarda de los Cuatro cuartetos, de T.S. Elliot. La referencia es muy vaga, claro. En realidad, en los Cuatro cuartetazos hay una necesidad de poner la primera persona en un lugar absolutamente incómodo, revulsivo, horrible. Traté de vivir en primera persona situaciones y pensamientos que odio. E intentar comprender eso, sin prejuzgar. Hay mucho oído, mucho proceso de cosas escuchadas al pasar, en la calle o en la tele. Está la historia de la travesti con la camiseta de Ronaldo, a quien vi en la plaza frente al Garrahan, a la vuelta de casa. Pero está también quien dice “Rodolfo Walsh ha matado a mi padre”, un energúmeno al que vi una vez en el programa de Mariano Grondona. Hay un tratamiento que tiene que ver mucho con la música de edición en esos textos. Y hay historias, relato no narrativo. Una especie de épica, pero al revés. Antiépica, digamos. Siempre con una obsesión mía, que tiene que ver con demostrar que el relato no es un patrimonio exclusivo de la narrativa, sino que puede construirse con muchos otros elementos. La poesía, sin ir más lejos.